Verdad y vergüenza
24 de enero de 2023
Giorgio Agamben
Después de lo ocurrido en los dos últimos años, es difícil no sentirse algo disminuido, no sentir -se quiera o no- una especie de vergüenza. No es la vergüenza que Marx describió como "una especie de cólera replegada sobre sí misma", en la que veía una posibilidad de revolución. Se trata más bien de esa "vergüenza de ser hombres" de la que hablaba Primo Levi en relación con los campos, la vergüenza de quienes vieron pasar lo que no debería haber pasado. Es una vergüenza de este tipo -se ha dicho con razón- la que, con la debida distancia, sentimos ante demasiada vulgaridad, ante ciertos programas de televisión, los rostros de sus presentadores y las sonrisas confiadas de los expertos, periodistas y políticos que, a sabiendas, han sancionado y difundido mentiras, falsedades y abusos, y siguen haciéndolo impunemente. Cualquiera que haya experimentado esta vergüenza sabe que no ha mejorado por ello. Más bien sabe, como solía repetir Saba, que es "mucho menos de lo que era antes": está más solo, aunque haya buscado amigos y congregantes, está más mudo, aunque haya intentado dar testimonio, más impotente, aunque alguien haya escuchado su palabra. Una cosa, sin embargo, no ha perdido, es más, de algún modo inesperado ha ganado: una cierta cercanía a algo para lo que no puede encontrar otro nombre que "verdad", la capacidad de distinguir el sonido de esa palabra que, si la escuchas, no puedes sino creer que es verdad. Por esto y de esto puede dar testimonio. Es posible -pero no seguro- que el tiempo, como dice el adagio, acabe desvelando la verdad y le dé la razón -quién sabe cuándo. Pero su testimonio no le ha hecho pasar por eso. Lo que le obliga a no dejar de declarar es, más bien, esa especial vergüenza de ser, a pesar de todo, un hombre -pues, a pesar de todo, los hombres son también los que, con sus palabras y sus actos, le han obligado a sentir vergüenza.